Ya comentamos que algo estaba cambiando en las compañías japonesas estos últimos años debido a la caída en ventas/rentabilidad comparativa de títulos del género RPG si se enfrentaba con el espectacular ratio de ganancias que generan los grandes éxitos del mercado de juegos gratuitos para smartphones. Esta situación está provocando que, en Japón, haya una especie de "parón" a la nueva generación de consolas, con un público que va perdiendo el interés en juegos complicados a cambio de la simplicidad (Y ahorro) que suponen esos títulos descargables.
Con este ambiente, las compañías japonesas han tenido que evolucionar y buscarse nuevas formas de afrontar esta crisis interna, con dos soluciones básicas tomando la iniciativa en la actualidad:
- Desarrollar títulos para todos los públicos con un apartado técnico notable. (Con ejemplos como los de la saga Dark Souls o el próximo Final Fantasy XV)
- Seguir haciendo más o menos lo mismo que estabas haciendo, pero exagerándolo aún más con un estilo "reconociblemente japonés" con un claro referente: La industria del manganime.
Esa segunda opción es, básicamente, la que están tomando buena parte de las compañías japonesas desde finales de la pasada generación, cuando se dieron cuenta que funcionaba mucho mejor que la idea de "occidentalizar sus estilos" porque, evidentemente, una serie japonesa que cambia de ambientación por intentar agradar a un público que no conoce del todo bien, lo normal es que acabe por no gustarle ni a los fans de la misma (Que no comprenden ese cambio de algo que les gustaba) ni al público occidental, que se encontraba con una especie de burda broma, como si un ciudadano de aspecto asiático intentase demostrar que es autóctono del Masái Mara... Comiendo arroz con palillos, buscando baños termales y llevando un kimono para ver fuegos artificiales en las veladas de verano, en plena sabana africana.